sábado, 27 de diciembre de 2008

¿Donde vas Kolín?

Ella viene hacia a mi con toda la alegría y frescura de sus 6 años, tambaleante en su carrera, se las arregla para llegar a mis piernas, y pedirme con un grito entusiasmado que la cargue. Lo hago y un beso húmedo y tierno en la mejilla, complementa mi alegría. Es la pequeña Kolín, tiene parálisis cerebral, y desde que la conocí el año pasado, no ha dejado de recibirme de esa manera a mi llegada al trabajo.

Kolín es el ejemplo perfecto de lo que una atención a temprana edad puede lograr en la calidad de vida de una persona con discapacidad. Cuando la conocí, le costaba mantenerse en pie durante demasiado tiempo, ni hablar de caminar y correr, casi siempre era una caída segura, aunque cabe resaltar su empeño en ponerse nuevamente de pie e intentarlo de nuevo. Recuerdo, además, que en ese entonces su lenguaje corporal y hablado era realmente reducido.

Me hice amigo de Kolín por una predilección especial que siento por los niños pequeños, de alguna manera me recuerdan mi infancia y me ayudan a sentir que en el mundo aún hay espacio para la alegría y la inocencia. Todo comenzó el año pasado (antes de seguir, les recuerdo que en Yancana Huasy funciona un Centro de Educación Básica Especial), yo me acerqué al aula de Inicial para niños de 5 años, y entre el grupo de niños estaba kolín. Le pedí permiso a la profesora Bertha, responsable del aula, para tomar unas fotos a sus niños.

Cuando le tocó el turno a Kolín, sucedió lo que se podría llamar amor a primera vista entre mi cámara y ella. Inmediatamente comenzó a posar como toda una profesional, siempre mostrando una sonrisa llena de vida y plenitud. Desde ese momento, se convirtió en mi niña estrella. Religiosamente bajaba a tomarle fotos una vez a la semana: ella sonreía, fruncía el ceño, ponía una mano en su cintura, hacía lo que le pedía sin pedir explicaciones. Y yo, feliz detrás de mi cámara, enviándole siempre un beso volado como recompensa. Hasta que ella aprendió a enviarme besos volados también, y comenzamos a comunicarnos en un tierno lenguaje propio. Desde entonces, casi año y medio después, ha evolucionado de una manera asombrosa, para emoción mia, ha aprendido a decir a medias mi nombre, tiene mejor equilibrio y su lenguaje corporal se ha desarrolllado al punto que cualquier persona puede entender lo que dice sin demasiado esfuerzo.


Hace poco me regaló un macetero hecho de lata de leche y una botella de plástico cortada, y una flor de corrospún (un material esponjoso y colorido), con una inscripción detrás que dice: "Para Jesús de Kolín). Ahora mi oficina tiene una flor al lado de la fría computadora, y todo cobra más vida cuando veo ese pequeño y amoroso obsequio. En ocasiones, sin embargo, también me encuentro triste, y un par de veces no pude contener las lágrimas; sucede que la profesora actual de Kolín, me dijo días atrás que el próximo año se la llevan a vivir al Cusco, que ya no la veré. La madre de mi pequeña alegría se acercó a mi oficina unos días después para pedirme que por favor le diera todas las fotos que tuviera de ella. Así supe que era en serio, Colín se iba.

Pero en estos días muchas preguntas rondan mi cabeza ¿Qué le espera en Cusco? ¿Hay algo como Yancana Huasy por allá? ¿Tendrá una escuela? ¿Seguirá progresando como hasta ahora? Me preocupo, porque se que nuestro país no es precisamente un modelo de inclusión y apoyo a las Personas con Discapacidad como Colín. No hay mucho que pueda hacer ahora, la decisión está tomada y ella se va. Y sufro, no lo niego, no volverá a correr a mis brazos mientras cruzo el portón verde de Yancana, ni empapará mi mejilla con sus saludos tiernos e infantiles, siento que una parte de mi se va con ella. Me queda una flor con su nombre, un beso volado impregnado en el alma y la esperanza de que siga siendo la niña feliz que se robó mi corazón.

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